2030, Cambiamos la Historia

 

Todo lo que vemos a nuestro alrededor: casas, vehículos, caminos, plazas, ropa, artefactos electrónicos; todo fue creado primero en la mente de personas, a menudo dibujado en un papel, luego construido, modificado y perfeccionado infinitas veces. No se requiere una sola gran idea, sino más bien una múltiple y caótica creación distribuida en millones de mentes y corazones que anhelan que las cosas fuesen diferentes.

En esta época de emergencia climática y ambiental, política y cultural a escala global, necesitamos una corriente de “creadores de mundo” capaces de silenciar la voz interior que se considera incapaz de cambiar el curso del tiempo. Porque si existe una forma posible, es organizando la Inteligencia Colectiva de muchas personas que se atrevan a poner en duda la situación actual.

Grandes y emocionantes cambios tecnológicos vienen en camino: vehículos eléctricos, redes distribuidas de energía, hidrógeno como combustible limpio, inteligencia artificial, etc. Observamos un profundo cambio de mentalidad también: la humanidad se está preocupando de los cambios en los patrones del clima, de la naturaleza, de la disponibilidad de agua dulce, la creciente iniquidad, etc. Gracias a eso, muchos están cambiando su forma de vivir: deciden viajar menos en avión y en automóvil, separan los residuos reciclables -incluyendo los orgánicos para producir compost en vez de enviarlos en un camión a descomponerse en un relleno sanitario-, cultivar pequeñas huertas privadas y comunitarias, eligen artefactos de bajo consumo de energía como las luminarias LED, etc.

Sin embargo, todo esto no será suficiente para esquivar la enorme crisis social y ambiental actual. Se requiere también una acción decidida de los tomadores de decisiones en los ámbitos político, industrial, de educación, comercio e industria, entre muchos otros. En la medida en que avanzamos hacia modelos de desarrollo que solucionan o mejoran algún aspecto ambiental o social, las mejoras son apenas perceptibles. Se requieren cambios mucho más profundos, transformaciones estructurales a los modelos de producción y de consumo.

Intuimos que muchos de los que lideran y operan las grandes fábricas que contaminan los océanos, depredan los recursos naturales y la diversidad biológica, quisieran ganarse la vida de otra forma, en alguna actividad que ayude a la humanidad a construir un mejor futuro, pero no saben cómo. Este libro busca entregar ese cómo: es un plan para ayudar a que el cambio se produzca lo antes posible. Necesitamos crear un sueño, compartirlo, emocionar, aterrizarlo para hacerlo posible, calcular cuánto tiempo y esfuerzo requiere y, si fuese necesario, llevarlo al detalle para que se vea lo factible que es.

Este libro es (será) ese sueño posible, con un horizonte de tiempo definido y creado con la participación de muchas personas que confluyen en un brillante caudal de inteligencia colectiva. Ahora bien, este libro es sólo un primer paso. El cambio lo construiremos nosotros, las personas, actuando como una sola voz. No podemos esperar que aparezca algún activista heroico o una fuerza superior que venga a rescatarnos. El cambio de era se producirá cuando muchas personas visualicen un futuro nuevo, lo anhelen con todo el poder de su alma y lo construyan cada día, al elegir dónde comprar sus insumos, en cuál tipo de trabajo poner su esfuerzo diario, cómo viajar y hacia dónde, cuáles valores entregar a sus hijos, cuántos hijos tener, cómo ocupar su tiempo libre, etc.

El siglo XXI será construido por la colaboración de las personas en comunidades locales. Será el momento en que, por fin, la humanidad deje atrás las luchas de poder alimentadas por el ego, ese insidioso ‘yo’ para comenzar una nueva era basada en el sentido del ‘nosotros’. El individualismo que nos lleva a competir, fue el responsable de las atrocidades innombrables de la historia, en especial las del siglo XX.

¿Es todo esto la expresión de un deseo, o una realidad? Un poco de ambas cosas, pero pongo el acento en la oportunidad que significa alimentar ese anhelo, hacerlo crecer en nuestras mentes: en el momento en que todos o la mayoría de los humanos que habitamos este planeta nos decidamos a transformarlo, el proceso de cambio será inevitable. Es por esa razón que escribimos este libro.

 

Figura 1. Cambios globales de temperatura entre 1850 y 2020. Fuente: Ed Hawkins en www.showyourstripes.info

Desafíos emergentes, nuevos paradigmas

Las creencias y paradigmas bajo los cuales se construyeron los sistemas económicos, políticos y sociales actuales, mantuvieron a la humanidad amarrada a siglos de historia que no sirvieron para comprender ni menos responder a los desafíos emergentes. En ese ‘punto de inflexión histórico’ o de cambio de era, será necesario un nuevo relato. Por eso, dimos vuelta la lógica de cómo se escribe un libro. A menudo las historias se relatan desde el presente, como eventos que sucedieron en el pasado. Este libro está construido desde un futuro posible, el año 2030. Con una buena dosis de optimismo por el vibrante futuro que proponemos, pero sin olvidar que el curso de la historia presente no está para optimismos, tal como ilustra la figura 1. Con este curso de acción, es muy probable que las situaciones de caos climático, sanitario y humanitario nos golpeen en la cara, se repitan y empeoren los años siguientes. Tal vez eso es lo que necesitamos para reaccionar con la decisión que se requiere.

Hacia 2021 existió un fuerte consenso respecto de que el modelo económico imperante, eminentemente de raíz neoliberal, aunque con una infinidad de variantes en el mundo occidentalizado, ya no funcionaba más. Los daños causados a la naturaleza como “externalidades” o “daño colateral” llegó a amenazar la vida de la descendencia de los mismos empresarios y políticos que se negaron a cambiar la situación. Dicho modelo excluyó del desarrollo a miles de millones de personas, mientras un puñado de hombres se volvió inimaginablemente rico. La lógica de competir para vivir, de considerarse parte de un grupo de ganadores o perdedores, no tuvo más futuro. La idea del individualismo extremo que dice que debemos competir entre nosotros, temer y desconfiar el uno del otro, atomizando la sociedad, debilitando los lazos sociales que hacen que la vida valga la pena, y fomentando impulsos violentos e intolerantes, no tuvo más futuro.

Así como en la década de 2000 cambió la mentalidad en torno al humo del cigarrillo, desde 2021 en adelante la humanidad comprendió que el laissez faire, la desregulación de los negocios y las finanzas, la disminución del Estado como garante de servicios sociales básicos, la rivalidad extrema entre países, colapsó intelectualmente. Aparecieron nuevos y múltiples relatos que se instalaron para reemplazarla. Más que los hechos y cifras, fue la noción emocional de que algo no andaba bien con la política y la economía, y su relación con las personas de carne y hueso, lo que produjo este cambio radical de mentalidad. Florecieron no una, sino muchas «historias de restauración»[1] que promueven un nuevo contrato social que deja atrás el liberalismo económico, la exacerbación de la burocracia Estatal centralizadora y colectivizante; fomentando las oportunidades de emprender libremente a las personas, pero contrapesando el individualismo extremo con el desarrollo de comunidades locales diversas con amplia autonomía de decisión.

En los últimos años, ciencias diferentes como psicología, antropología, neurociencia y biología evolutiva, convergen en un hallazgo asombroso: que los seres humanos tenemos una capacidad inmensa de altruismo y cooperación. A pesar de la pizca de egoísmo y de codicia que llevamos dentro, en la mayoría de las personas, los valores dominantes nos llevan a ser grandes colaboradores. En la prehistoria fue esto lo que permitió la supervivencia de la especie, pese a ser más débiles y más lentos que los depredadores, la asombrosa capacidad para ayudarnos mutuamente y cooperar está programada en la mente humana – además de un asombroso sentido de unidad y de pertenencia a un grupo, un clan, una familia.

En contraposición al individualismo y la atomización, florecieron todo tipo de culturas cívicas ampliamente participativas caracterizadas por un respeto sagrado a las personas y al planeta, al bien común. La discusión no estuvo más centrada en el mercado ni el Estado, capitalismo o comunismo, sino en cómo una comunidad particular maneja sus recursos disponibles, y cómo establece reglas y formas de negociación para administrarlo en forma satisfactoria para todos, y en cómo compartir sus beneficios y responsabilidades. Y por primera vez, eso incluyó la administración de los recursos financieros. Esto pasó a llamarse ‘Política de Pertenencia’, de pertenencia a una comunidad, basada en redes de conexión entre grupos diversos en etnia, religión, etc. Se valoró más que nunca, la riqueza de la diversidad como la característica que potencia y regenera el desarrollo y la evolución.

Ante problemáticas gigantes como las pandemias, la sequía extrema y la hambruna, la gente se rebeló contra el desorden político y económico; construyeron comunidades ricas, vibrantes, inclusivas y generosas, encontrando nuevas formas de vivir en armonía en el mundo.

¿Qué tal si un día, todo cambia -al fin- para mejor?

Cosas increíbles pasaron entre 2021 y 2023. Increíbles, pero no tan positivas: luego del fin de la pandemia y del caos sanitario que produjo el COVID-19, lo que podría haber sido una fiesta del triunfo de la colaboración internacional, encendió aún más la competencia económica entre las grandes potencias, con resultados devastadores para las economías pequeñas y en especial para los menos favorecidos. Esto no sólo afectó las economías, sino que también enrareció el ambiente político, con él la diplomacia y se potenció la carrera de producción de armamento. Aun cuando se vislumbraba el fin de la extracción de combustibles fósiles, sucedieron los mayores derrames de petróleo que se hayan visto jamás, destruyendo ecosistemas marinos del tamaño de la mitad del océano Índico. La cantidad de basura en los océanos alcanzó niveles inimaginables, a tal nivel que varios países debieron prohibir la captura y el consumo de pescados y mariscos. Ni hablar de los incendios, en simultáneo ardían grandes extensiones de bosque en Brasil, Australia, Rusia y Canadá. El deshielo de la Antártica y el Ártico alcanzó niveles tan grandes, que las rutas marítimas de transporte debieron cambiar para siempre. Mientras en los valles agrícolas, a la escasez de agua le sucedieron eventos extremos de grandes inundaciones repentinas.

Las gigantescas migraciones humanas por razones sanitarias, hídricas, climáticas y políticas estuvieron a punto de provocar el descontrol total de los sistemas políticos, económicos y agroalimentarios. Estuvimos al borde de una tercer gran guerra, de desarmar todos los avances logrados en las redes de colaboración internacional. Los migrantes llegaron a ser vistos como una plaga humana que arrasaba con los alimentos, el agua y la capacidad de la tierra para producir alimentos.

Se produjo un cambio radical en la mentalidad de buena parte de la humanidad, empujados por las circunstancias. Los primeros en acusar el golpe y tomar una acción decidida -antes que las autoridades políticas- fueron las compañías de seguros. Su negocio era simplemente inviable en este estado de cosas, por tanto, el análisis del riesgo climático pasó a ser la prioridad número uno en la evaluación de todo tipo de proyectos de inversión privado o público.

La tecnología también ayudó a acelerar el proceso de transición. Desde 2022, las personas ya no estaban dispuestas a comprar o usar un medio de transporte energizado en base a combustibles fósiles. Además del hidrógeno, florecieron todo tipo de nuevos combustibles basados en desechos vegetales, producidos desde los rincones más lejanos, por pequeños productores agrícolas. Si en los siglos previos la producción de energía estuvo dominada por grandes corporaciones que controlaban los mercados y las redes de distribución, la revolución energética de mediados de la década de 2020 estuvo marcada por la explosión de la capacidad de producir en forma distribuida, gracias al enorme avance en acceso al conocimiento que se produjo después del éxodo de las mejores mentes hacia las periferias. El uso intensivo de plataformas de reunión en línea que produjo la pandemia de 2020 permitió a profesores, investigadores y todo tipo de expertos trabajar desde una agradable parcela de campo cercano a lagos, montañas y ríos; alejados de las grandes ciudades y con excelente conexión a Internet.

Se abrieron posibilidades infinitas para los habitantes de los campos y sus hijos: las escuelas rurales florecieron, se valorizó mucho más el acceso al conocimiento que provee la naturaleza para desarrollar soluciones nuevas, porque de hecho aparecieron soluciones a partir de vegetales que resultaron más económicas, más prácticas y neutras y carbono, tanto para producir energía como nuevos materiales para el packaging y la construcción.

Por primera vez, el dinero comenzó a fluir desde las grandes ciudades hacia los campos, en vez de ser al revés, como estuvimos acostumbrados por siglos. Más que la tecnología, la revolución consistió en una desconcentración brutal del poder económico y político. La creación de valor, la innovación y las oportunidades se distribuyó, se entendió de otra forma: la creación de nuevos productos y soluciones comenzó a basarse en la creación de una activa y coordinada red de colaboración entre actores locales, interorganizacional e internacional.

Se crearon nuevos negocios y se transformaron los existentes. Las zonas más aisladas del mundo recibieron turistas “experienciales” que buscan instalarse por periodos largos de tiempo, de meses o temporadas, en los cuales desarrollar al máximo sus capacidades creativas. Los trabajos repetitivos fueron progresivamente reemplazados por máquinas, dejando a los humanos la toma de decisiones con el apoyo de inteligencia artificial. La frenética vida citadina del periodo de cambio de milenio, ya no era útil para la creación intelectual. Muchos volvieron a la vida contemplativa, al contacto con la naturaleza, a los ritmos de vida que incluyen leer un libro, escuchar música, trabajar la tierra para producir los propios alimentos, pero también conectarse activamente con otros para colaborar en el desarrollo de soluciones.

Las políticas públicas cambiaron para siempre también. Todos los países, sin excepción, manifestaron alguna declaración de objetivos del tipo “que no se quede nadie atrás”, aunque algunos lo cumplieron más satisfactoriamente que otros. Así como se perdieron muchos trabajos producto de la automatización, sostener a los desempleados fue todo un desafío. En la mayoría se optó por devolver impuestos a las empresas que más aportan al desarrollo humano y regenerativo a las personas ubicadas en la base de la pirámide económica. Así, una infinidad de pequeños productores, granjeros y artesanos comenzaron a vender sus productos a todo el mundo, a través de Internet. A través de la colaboración con equipos de diseñadores trabajando en red, se desarrollaron productos impensados y por parte de actores que nunca antes formaron parte de la economía global.

Bajo estas nuevas políticas, cada negocio paga por las externalidades de su actividad, actuales y potenciales, en un lapso de 100 años. Cada botella, cada gramo de gases contaminantes emitidos al aire, cada residuo sin destino, dejó de quedar en tierra de nadie. Dejó de ser rentable contaminar, producir grandes cantidades de carbono y otras emisiones atmosféricas, o de empobrecer a las comunidades cercanas de cualquier forma posible. Sí se convirtió en rentable todo lo que ayudó a mejorar las condiciones de salud de grandes ecosistemas. Las mentes más avanzadas para la creación de negocios, se enfocaron en cómo hacer más productivos los mares, los bosques, ríos y desiertos, en el largo plazo.

Se eliminaron todos los subsidios y exenciones tributarias a los combustibles fósiles. Gracias a ello, se dejaron de extraer en el 2023 y, al no existir competencia desleal, floreció una infinidad de nuevas industrias en torno al hidrógeno producido con energía renovable, biodiésel, metano biológico, etc. Así es como logramos dar vuelta la historia. La humanidad puede, desde 2030 en adelante, ver el futuro con optimismo. Y lista para nuevos desafíos

[1] Recomiendo ver la excelente charla de George Monbiot en TED, disponible en https://www.ted.com/talks/george_monbiot_the_new_political_story_that_could_change_everything

 

Fig. 2. Cambios globales de temperatura entre 1950 y 2030